martes, 10 de abril de 2018

PIEZA 1: “Desbrujulada y las huellas”




DES-BRUJULADA

Vuelo turbulento. Nubes espesas como la memoria. Como los retazos de ella que se atropellan.
Tiempo de vuelo: una hora, anuncia el piloto desde la cabina, valga la metáfora de los minutos-años que separan pedacitos de verdades de la historia en migajas.

Historias como procesos y discursos que se empezaron a tejer casi en simultáneo. Los hechos y sus explicaciones, desde muchas voces, menos la tuya, la mía, la de ella-ellos. Expectante de una experiencia dicha, nombrada, grabada en registros débiles. Espectadora y protagonista, el límite es demasiado sutil.
Siempre creí que cada sujeto está sujetado, productor y producido de tramas, eso lo aprendí de algún manual luego de haberlo corporizado. Pero ¿cuál es la trama? Son pedacitos, como los de un rompecabezas que de tanto intentar armar, fue perdiendo sus piezas, cada trozo dice a medias.

            Con las piecitas encontradas (desde que el terror y su necesidad de espantarlo me empujaron a recogerlas) subí a ese avión, apenas una mochila pequeña y el mate, para qué más. Ajusté el cinturón como buscando quedarme allí.
Vuelo turbulento.
Nubes espesas.
Densidad de cada minuto.
Esa eternidad indescriptible (aun no sabía que esa sensación puede padecerse, sentirse, corporizarse, contarse con detalles).


Córdoba es un origen y un destino recurrente, transitado en mí antes de ser yo. Cada punto de llegada ha significado perturbación (en sus sinónimos: revolución, rebelión, movimiento, disturbio). También puntos de fuga, ilusoriamente la huida y la promesa de no volver ha sido tensión de cada regreso.
Acaso por eso......


 en este retorno, me encontré des-brujulada. Todo, todo  me era ajeno, la urbe había sido puesta de pies, el norte no era tal, salvo por un San Martin ecuestre en su plaza principal que lo señalaba, cuestión que me condujo a devaneos existencialistas, el oeste quien sabe, las montañas que niego a diario me devolvieron el desprecio, el sur acontecía en el frío de mis huesos a pesar del asfixiante calor húmedo que me recibió y el este…. Bueno tampoco, ni metáfora quedaba para él.

Necesidad de insight: podría remitirme a la decodificación de tiempos remotísimos, a memorias monologas escuchadas, leídas, estudiadas. Me llevarían demasiadas horas, la batería de mi cel y su googlemaps lo impedirían, así es que solo se me ocurrió que este desbrujulamiento paranoide solo podía ser la señal corporal mas clara de mi objetivo: quien solo viene despojada de preconceptos-prejuicios-prediscursos, con apenas unas piecitas cual relicarios, siente miedo de las huellas por hallar, aunque sepa claramente que éstas, serán la brújula de sus próximos dudas por enfrentar.

 La verdad, verdades son ese norte.




LAS HUELLAS

Vueltas y vueltas por las mismas calles de una ciudad leviatánica. Pisando adoquines coloniales al ritmo de campanadas eclesiásticas y cuartetos. Murallas moralizantes y monumentos combatientes. Tales las contradicciones agrietantes que se me presentaban. Esas tensiones no registradas en otros tiempos adquirían una significatividad impactante. Como fuerte sería el tropiezo con la primera huella.

Pasaje Santa Catalina, Solía tomar un par de birras en su esquina, cortar camino por él.

Allí funciona el Archivo de la Memoria, justamente donde tantos caminos fueron truncados. Mientras el atardecer se me desplomaba con la misma intensidad que la gravedad de mis pasos, me encontré con sus paredes descascaradas, maquilladas con nombres y nombres y nombres, ilegibles por su densidad, había que retroceder unos pasos para que la forma se reconstruyera en huella (ese vaivén metodológico). Huella dactilar, impronta identitaria descubierta para el control y el fichaje, para decir quien sos sin posibilidad de renuncia u ocultamiento. Esa marca que identifica es expresión también de lo que no se puede borrar,  de lo que se actualiza en cada mirarla.

Cada inscripción allí dibujadas, apenas separadas por años (1975-1983)   son una historia en si misma, son las Claudias, las Marias, los Josés, Raules, Manueles, Lilianas, con sus sueños, luchas, amores, risas, dolores, gritos, abrazos. Son sus pasos descalzos por esas piedras, son las campanadas de la catedral, único anclaje al espacio-tiempo tabicado.


  Me quedé allí, estaqueada. El lugar estaba cerrado. La noche era más plomiza, ilustrada por tres policias que atentaban custodiar mis recuerdos. El presente me cachetea, desde arriba nos mira, a los azules y a mi, una enorme foto de Santiago Maldonado, el (des) aparecido reciente, el que actualiza el reclamo de verdad y justicia, de memoria también, porque en las cotidianidades todo parece olvidarse, todo menos aquello que tercamente nos prohíbe la serenidad.





La pieza uno, contornaba el encaje de las restantes. Me fui, hasta de mi cuerpo, me fui de mi voz hacia vos. Detenida y andando. Bifurcada en ayeres y ahoras. Las verdades flotaban en el aire, había que poder respirarlas en cada bocanada de humo espeso de los cigarrillos devorados en la ansiedad de la búsqueda. 

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