DES-BRUJULADA
Vuelo turbulento. Nubes espesas como la memoria. Como los
retazos de ella que se atropellan.
Tiempo de vuelo: una hora, anuncia el piloto desde la
cabina, valga la metáfora de los minutos-años que separan pedacitos de verdades
de la historia en migajas.
Historias como procesos y discursos que se empezaron a
tejer casi en simultáneo. Los hechos y sus explicaciones, desde muchas voces,
menos la tuya, la mía, la de ella-ellos. Expectante de una
experiencia dicha, nombrada, grabada en registros débiles. Espectadora y
protagonista, el límite es demasiado sutil.
Siempre creí que
cada sujeto está sujetado, productor y producido de tramas, eso lo aprendí de
algún manual luego de haberlo corporizado. Pero ¿cuál es la trama? Son
pedacitos, como los de un rompecabezas que de tanto intentar armar, fue
perdiendo sus piezas, cada trozo dice a medias.
Con las piecitas encontradas (desde que el terror y su necesidad
de espantarlo me empujaron a recogerlas) subí a ese avión, apenas una mochila
pequeña y el mate, para qué más. Ajusté el cinturón como buscando quedarme allí.
Vuelo turbulento.
Nubes espesas.
Densidad de cada
minuto.
Esa eternidad
indescriptible (aun no sabía que esa sensación puede padecerse, sentirse,
corporizarse, contarse con detalles).
Córdoba es un origen y un
destino recurrente, transitado en mí antes de ser yo. Cada punto de llegada ha
significado perturbación (en sus sinónimos: revolución, rebelión, movimiento,
disturbio). También puntos de fuga, ilusoriamente la huida y la promesa de no
volver ha sido tensión de cada regreso.
Acaso por eso......
en este
retorno, me encontré des-brujulada. Todo, todo
me era ajeno, la urbe había sido puesta de pies, el norte no era tal,
salvo por un San Martin ecuestre en su plaza principal que lo señalaba,
cuestión que me condujo a devaneos existencialistas, el oeste quien sabe, las
montañas que niego a diario me devolvieron el desprecio, el sur acontecía en el
frío de mis huesos a pesar del asfixiante calor húmedo que me recibió y el
este…. Bueno tampoco, ni metáfora quedaba para él.
Necesidad de
insight: podría remitirme a la decodificación de tiempos remotísimos, a
memorias monologas escuchadas, leídas, estudiadas. Me llevarían demasiadas
horas, la batería de mi cel y su googlemaps lo impedirían, así es que solo se
me ocurrió que este desbrujulamiento paranoide solo podía ser la señal corporal
mas clara de mi objetivo: quien solo viene despojada de preconceptos-prejuicios-prediscursos,
con apenas unas piecitas cual relicarios, siente miedo de las huellas por
hallar, aunque sepa claramente que éstas, serán la brújula de sus próximos
dudas por enfrentar.
La verdad, verdades son ese norte.
LAS HUELLAS
Vueltas y vueltas por las
mismas calles de una ciudad leviatánica. Pisando adoquines coloniales al ritmo
de campanadas eclesiásticas y cuartetos. Murallas moralizantes y monumentos
combatientes. Tales las contradicciones agrietantes que se me presentaban. Esas
tensiones no registradas en otros tiempos adquirían una significatividad
impactante. Como fuerte sería el tropiezo con la primera huella.
Pasaje Santa Catalina, Solía
tomar un par de birras en su esquina, cortar camino por él.
Allí funciona el
Archivo de la Memoria ,
justamente donde tantos caminos fueron truncados. Mientras el atardecer se me
desplomaba con la misma intensidad que la gravedad de mis pasos, me encontré
con sus paredes descascaradas, maquilladas con nombres y nombres y nombres,
ilegibles por su densidad, había que retroceder unos pasos para que la forma se
reconstruyera en huella (ese vaivén metodológico). Huella dactilar, impronta identitaria descubierta para el
control y el fichaje, para decir quien sos sin posibilidad de renuncia u
ocultamiento. Esa marca que identifica es expresión también de lo que no se
puede borrar, de lo que se actualiza en
cada mirarla.
Cada inscripción
allí dibujadas, apenas separadas por años (1975-1983) son una
historia en si misma, son las Claudias, las Marias, los Josés, Raules,
Manueles, Lilianas, con sus sueños, luchas, amores, risas, dolores, gritos,
abrazos. Son sus pasos descalzos por esas piedras, son las campanadas de la
catedral, único anclaje al espacio-tiempo tabicado.
Me quedé allí, estaqueada. El lugar estaba cerrado. La noche era más
plomiza, ilustrada por tres policias que atentaban custodiar mis recuerdos. El
presente me cachetea, desde arriba nos mira, a los azules y a mi, una enorme
foto de Santiago Maldonado, el (des) aparecido reciente, el que actualiza el
reclamo de verdad y justicia, de memoria también, porque en las cotidianidades
todo parece olvidarse, todo menos aquello que tercamente nos prohíbe la
serenidad.
La pieza uno, contornaba
el encaje de las restantes. Me fui, hasta de mi cuerpo, me fui de mi voz hacia
vos. Detenida y andando. Bifurcada en ayeres y ahoras. Las verdades flotaban en
el aire, había que poder respirarlas en cada bocanada de humo espeso de los
cigarrillos devorados en la ansiedad de la búsqueda.
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